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El altísimo costo que paga el país por tener una oposición berreta

 


Ayer el presidente de la Nación dejó inaugurado un nuevo período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Su discurso dejó mucha tela para cortar, pero no es eso lo que decidimos tratar en esta nota, sino que nos proponemos realizar un análisis del alto costo que tiene para la política argentina tener una oposición que no está a la altura de las circunstancias. Y no nos referimos exclusivamente a esta oposición, la que "ejerce" Juntos por el Cambio, también el hoy denominado Frente de Todos no estuvo a la altura en su momento. 

Raúl Alfonsín lidió con 13 paros generales de la CGT, brazo sindical del peronismo que luchaba encarnizadamente contra su política y calló estruendosamente una década después cuando el menemismo pulverizó miles de puestos de trabajo, más allá de haber beneficiado a amplios sectores con su política neoliberal. 

En el debate televisivo previo a la firma del tratado del canal de Beagle, se dio la discusión/debate  entre el entonces canciller, Dante Caputo y Vicente Leónidas Saadi, un ex gobernador y caudillo justicialista catamarqueño al que le costaba incluso hablar con fluidez, y utilizaba modismos a los que el resto del país no estaba acostumbrado. No importó quien tuviera razón en la ocasión, el diplomático sacó ventaja solo por conjugar bien los verbos. 

Durante el menemismo, del cual se instaló el debate nuevamente tras la reciente muerte del riojano, solo un grupo de ocho diputados salieron a oponerse, el resto de la oposición acompañó, algunos a sabiendas del daño que se estaba provocando y otros convencidos que ese era realmente el camino, pero nadie se plantó lo suficiente para frenar las privatizaciones, los cierres de ramales ferroviarios, las persianas de fábricas que caían, Menem gozó, al menos hasta 1.999 de una oposición complaciente. 

Fernando de la Rúa encontró sí una oposición algo más firme, y tras los primeros días de Gobierno en que quedó claro que el rumbo económico era idéntico al del menemismo, incluso con un enorme endeudamiento externo y con el mismísimo Domingo Cavalllo a cargo de desarmar aquello que había armado y de lo cual estaba convencido <y aún lo está> que era bueno, encontró en la calle el tope a su aventura. Hubo incluso muertos, pero, la Justicia cuando no, nunca encontró culpables. Eduardo Duhalde se encargó del resto, pasó la escoba, pergeñó un entramado digno de alguna serie de Netflix y quedó a cargo de la presidencia.

Su elección de Kircher para sucederlo, tras la muerte de Kosteki y Santillán no fue lo que hubiese querido, el Lole dijo no y no le quedó otra alternativa para enfrentar al riojano que sumarse al santacruceño. El pingüino ganó por abandono y ni bien pudo, se deshizo del Cabezón, como suelen decirle los amigos, que por cierto tiene pocos. La andanada kirchnerista tuvo durante el Gobierno de El Flaco poca oposición, estaba tan devastado el país que no daba para andar politiqueando. Se creció mucho más que nunca en democracia, nadie podrá contradecirlo, no porque no hubiera oposición, porque la oposición apoyaba aquello que era conveniente, cosa poco frecuente e inédita.

Cristina Kirchner tuvo dos procesos bien diferentes, en el primero en el que siguió las políticas de su marido le fue más o menos bien, y pudo mantener el barco a flote con el impulso y el motor apagado, tras su reelección y a poco de vencer con algo más del 55% de los votos, un golpe de mercado de los medios especulativos sacudió la economía, el multimedios le declaró la guerra, el campo se puso del otro lado y eso casi le cuesta la presidencia. Las causas judiciales se acumularon, la mayoría de ellas sin sentido, el mundo político estaba enrarecido y los acuerdos programáticos se hicieron imposibles con opositores que solo querían sacarla del sillón de Rivadavia y apostaban a su fracaso.

Mauricio Macri gozó del desprestigio del kirchnerismo para dar sus primeros pasos en la presidencia. Los bolsos de López ayudaron bastante para enterrar todo aquellos que tuviera que ver con la nacional y lo popular. Sergio Massa, hoy presidente de la Cámara de Diputados del Frente de Todos lo acompañó incluso al primer Foro de Davos, para mostrar una Argentina diferente en el exterior. Derogó todas las leyes que le impedían avanzar con el programa económico de endeudamiento y sometimiento y salvo cuando fue por los jubilados, siempre encontró algún peronista sumiso que acompañó su ajuste del gasto público, los despidos de estatales, el cierre de ministerios, nadie se le plantó y así llegó a terminar un gobierno no siendo peronista, quizás su mayor virtud. 

Ahora, Fernández que encontró un país devastado y de yapa tuvo una pandemia. Se encuentra con una oposición diezmada, sin rumbo y a ritmo de tarantela. Se opusieron a cuanta medida propuso, no se hizo cargo de nada de lo que hizo mal en el pasado y llegó incluso a posiciones ridículas. Estuvo contra el confinamiento, cuando es la única medida mundial efectiva contra la propagación de contagios, se quejó del cierre de escuelas cuando recrudecía la pandemia, se opuso a las vacunas, incluso a la rusa Sputnik V, que terminó siendo una de las más efectivas a nivel mundial y reconocida por científicos de prestigio. 

Algunos de sus excéntricos ejemplares incluso parecen salidos del tren fantasma. La bióloga Pitta, que propone "pisar kirchneristas como cucarachas", el cantante Dipy, paseado por cuanto programa político del multimedio exista mostrando una falsa ingenuidad coucheada, el libertario Miley a los alaridos junto a Bullrich proponiendo sacarlos de la casa de Gobierno "a patadas", Canosa tomando hidróxido de cloro en cámara o Casero proponiendo comer flan, sin contar al Mago sin Dientes, que ya busca un puesto en las próximas legislativas. 

Entiendo que si la oposición, cualquiera de la que se tratase fuese de mayor nivel confrontativo y apelara a los argumentos y no a la descalificación, los argentinos podríamos estar mejor, delinear políticas de Estado, a largo y mediano plazo, cuatro o cinco cosas en las que tendríamos que estar de acuerdo, gobierne quien gobierne, muchos países lo lograron y crecieron de esa forma. Saber hacia donde vamos, poner el barco en esa dirección, e ir a ese destino, con diferentes estilos y convicciones. El tema principal es que aún en las pequeñas cosas, pensamos demasiado diferente. Ayer, el diputado  Fernando Iglesias pretendió ofender al presidente llamándolo peronista, y es eso de lo que él se enorgullece y así se lo señaló. El peronismo acusa de gorilas a sus contrincantes, y ellos asumen ese rol sin sonrojarse. Al parecer estamos bien lejos aún...


Fernando Viglierchio

Especial para RosariNoticias

  

   

      




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